sábado, 16 de abril de 2016

La tregua | Sábado 18 de mayo

Sábado 18 de mayo
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Ayer, cuando llegué a escribir lo que ella me había dicho, no seguí más. No seguí porque quise que así terminara el día, aun el día escrito por mí, con ese latido de esperanza. No dijo: "Basta". Pero no sólo no dijo: "Basta", sino que dijo: "Por eso vine a tomar café". Después me pidió un día, unas horas por lo menos, para pensar. "Lo sabía y sin embargo es una sorpresa; debo reponerme." Mañana domingo almorzaremos en el Centro. ¿Y ahora qué? En realidad, mi discurso preparado incluía una larga explicación que ni siquiera llegué a iniciar. Es cierto que no estaba muy seguro de que eso fuera lo más conveniente. También había barajado la posibilidad de ofrecerme a aconsejarla, de poner a su disposición la experiencia de mis años. Sin embargo, cuando salí de mis cálculos y la hallé frente a mí, y caí en todos esos ademanes torpes e incontrolados, vislumbré por lo menos que la única salida para escaparme fructuosamente del ridículo era decir lo que dictara la inspiración del momento y nada más, olvidándome de los discursos preparados y las encrucijadas previas. No estoy arrepentido de haber seguido el impulso. El discurso salió breve y "sobre todo" sencillo, y creo que la sencillez puede ser una adecuada carta de triunfo frente a ella. [...] Si este diario tuviera un lector que no fuera yo mismo, tendría que cerrar el día en el estilo de las novelas por entregas: "Si quiere saber cuáles son las respuestas a estas acuciantes preguntas, lea nuestro próximo número."
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BENEDETTI, M. La tregua. Buenos Aires: Editora Sudamericana, 2000. p. 65-66.
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