jueves, 15 de septiembre de 2016

8 de agosto [1962]

8 de agosto
.
La rapidez vertiginosa, el reloj, tiempo, corres para seguir corriendo. ¿Adónde? Miras. Te miras mirar. Luego no te ves.
.
¿A quién le hablo? ¿A ti a quien amo o a mí a quien odio? Lentos recuerdos de la más triste infancia. Para pensar en ti necesito del prestigio de tus ojos que me acepten, que me reciban con dulzura, porque para pensar en ti necesito tu permiso, tu consentimiento, necesito que me digas que estás bien dentro de mí, que sientes alegría de saberte en mí, aun cuando no estés conmigo, aun cuando me esté vedado cualquier acceso a ti.
.
Si me dejas, te adornaré como sólo yo puedo: con mi manera torpe, lujuriosa, infantil y alucinada. No hablo sólo de máscaras y pelucas y trajes harapientos y vestimentas reales. Hablo de hacerte vivir en el vértigo de mi memoria, de hacerte representar los papeles más infames y más maravillosos. Quiero que me dejes jugar contigo como una niña loca con su muñeca. Aunque atrozmente idiota, te revelaré historias fabulosas. Junto al viejo fuego, en las tardes de invierno, habrá tus ojos claros navegando por el asombro de narraciones creídas imposibles. Si me dejas, asombraré a tu sombra —hija de tantas otras sombras que conozco más que a mí misma—. Y habrá el frío de siempre, el fuego consumido, pero en mis ojos destellará la dicha de saberte conmigo. La dicha, el espanto, la humillación de que entre súbitamente mi vecino —un estudiante de medicina— y me vea dialogando a solas, arrodillada, en posición de viajera inverosímil, narrando a solas el cuento de su vida, que a nadie le importa, y menos aún a ti, que escuchas a otros en este instante, dejándome rota y avergonzada con un espejo, un fuego muerto y explicaciones triviales que dar sobre mi locura que es obra tuya.
.
Por eso te amo y te odio. Mi lenguaje termina en estas expresiones vacías. ¿Cómo sé que te amo y te odio? ¿Qué lo prueba? Además, mis historias no son fabulosas. He aquí una mentira más. Mi atroz infancia es inenarrable pero no exclusiva y ejemplar. Que tuve hambre y sed y frío y sueño y que me negaron toda posibilidad de posibilidades, ya lo sabes. No por eso estás aquí. A lo sumo, sentirás piedad por esta sobreviviente que tirita y desea más de lo que humanamente es dado desear. Y aunque vinieras, qué podrías darme, qué podría yo hacerte. No sé, pero es como encender un fuego la sola idea de que me visites, de que duermas conmigo, aunque fuere en posturas fraternales. Pensar que eres todo para mí mientras tú, en algún lejano lugar, como en otro planeta, te alimentas, te vistes, sueñas, haces el amor y mientras en esta habitación todo te evoca, todo te invoca y no respiro ni una sola vez sin que tu rostro suba y baje por mi interior, como si fueras un órgano de mi cuerpo, una función vivificante sin la cual no es posible vivir. Cómo no arrastrarme por las pequeñas calles tristes, sucias, agrias, llevándome una brutal melancolía, un anhelo jadeante, un ardor sin límites.
.
Eres culpable de haber hecho de ti un vaso de agua inalcanzable para una sedienta que apenas te conocía. Llegas, me hablas, me sonríes, me fascinas: cómo no comprender que tu rostro bastaba para enloquecer a la pequeña huérfana que fui —que soy, que seré— por tu culpa. Me hablas y te vas. Me hablas y te quedas en mí.


Alejandra Pizarnik, Diarios. 
(2003, p. 323-324)
.

No hay comentarios.: