martes, 18 de abril de 2017

De jerez a jerez

Se llamaba Angélica, pero su persona no era precisamente una ilustración de su nombre. Su rostro tenía, eso sí, una expresión escurridiza, como si pretendiera mostrar una inseguridad que poco tenía que ver con su índole secreta pero firme.
.
Parecía joven y bastante atractiva. La conocí una noche de campanas, pero no recuerdo si eran de celebración o de congoja. Estaba sola, apoyada en una columna de la pinza. Tenía un aspecto de angustia o desconsuelo. Me dio pena y me acerqué. Le pregunté si se sentía mal, si podía ayudarla.
.
No se preocupe. No me pasa nada. Simplemente, padezco de cierta fragilidad congénita. Siempre que oigo campanas, me invade una extraña tristeza. Y lloro.
.
Vamos, anímese un poco. ¿Me acepta un café?
.
Si me lo cambia por un jerez.
.
Bueno, ¿me acepta un jerez? Sonrió por fin, y antes de que yo abriera ninguna indagación, se enfrascó en un monólogo informativo.
.
Yo no pertenezco a este paisaje, ni siquiera a sus alrededores. No obstante, llevo suficiente tiempo de residencia como para hablar sin acento, saborear las minutas locales, y hasta adaptar las pausas de mi paso a la zancada de estos prójimos. Soy oriunda de Frankfurt, de padre judío y madre egipcia. Fíjese qué entrevero. Él murió de infarto y ella de miedo. Un año antes me habían mandado con unos tíos a Buenos Aires. Apenas si me acuerdo de ese traslado: sólo tenía dos años. Nunca aprendí yiddish ni hebreo ni alemán, ni mis tíos intentaron enseñarme otra lengua que no fuera el castellano. Mi primer anhelo fue levitar. Y no me parecía tan absurdo. ¿Por qué los pájaros, siendo más brutos, podían volar? De a poco me fui convenciendo de que mi destino no era aéreo sino terrestre. Una tarde, a mis trece años, volvía del liceo y un tipo me paró en la calle, me agarró de un brazo, me arrastró hasta un zaguán convenientemente oscuro, y me quiso violar. Por entonces yo hacía mucha gimnasia, y había adquirido fuerza y agilidad. Logré dar un salto y propinarle una buena patada. Exactamente en los huevos. El grandote se dobló de dolor y yo retomé mi ruta con toda calma, sin ni siquiera mirar hacia atrás. En casa no dije nada. Un poco por vergüenza y otro poco por dignidad deportiva. La tía me preguntó cómo y dónde me había roto la blusa. Ahí me estrené como mentirosa profesional. Simplemente dije que me la había enganchado en una de las verjas que rodean el liceo.
.
En ese punto Angélica emitió un semigrito.
.
¡Las nueve! Perdóneme si lo dejo. Me olvidé que me esperaban. Esta ciudad modesta es como un pueblo. Seguramente nos volveremos a encontrar, así le termino mi autobiografía. Gracias por escucharme y sobre todo por la paciencia, que no es por cierto un rasgo nacional.
.
Y sí, tres o cuatro años después nos volvimos a encontrar. Ella salía lentamente de la iglesia del Cordón. Enseguida me reconoció, me dio la mano y por primera vez nos dijimos los nombres.
.
No la imaginaba con vocación religiosa.
.
Y estaba en lo cierto. Hasta hace poco era agnóstica. Ahora soy definitivamente atea.
.
¿Y eso cómo se compagina con una visita a la iglesia?
.
Hay que conocer al enemigo. Descifrar su lenguaje, sus intenciones, sus claves. Por parejas razones, escucho atentamente a los políticos. Pero en éstos, lo más revelador y aleccionante no son las líneas sino las entrelineas. Cada discurso tiene un subsuelo y allí es donde las ambiciones, las apetencias y la codicia se entrenan para dar el salto.
.
La encuentro más pesimista, más desdeñosa. Una pregunta indiscreta: ¿nunca se ha enamorado? El amor, sobre todo cuando viene enganchado con el deseo, se incorpora a la vida soñada o a soñar. Y también cicatriza las heridas.
.
Por supuesto que me he enamorado. Precisamente, de ahí viene el pesimismo. No de la etapa de amor, sino de desamor. Es en ésta cuando aparecen las trampas, los simulacros, las dobleces.
.
¿No cree que el amor es una necesidad?
.
¿Necesidad o calamidad? ¿No será al menos un equívoco?
.
De pronto nos separó un silencio. Nos miramos con dos signos de interrogación. Angélica se tapó la boca, como si quisiera ocultar una mueca de burla.
.
¿Hoy no me va a convidar con otro jerez?
.
Naturalmente.
.
En el café más cercano no había ninguna mesa disponible, así que nos arrimamos a la barra.
.
Cuando levantó la copita de jerez, se miró detenidamente las uñas y detectó que por lo menos dos estaban sucias.
.
Me he vuelto descuidada. Conmigo misma. Ya ni siquiera tengo tiempo de lavarme las manos.
.
¿Por qué? ¿Mucho trabajo?
.
Nada de trabajo. Pierdo tiempo pensando. Inútilmente, ya que no llego a la menor conclusión, ni me aplico en ningún borrador, en ningún proyecto. Usted me conoció en una noche de llanto y yo le dije que las campanas me hacían llorar. Pero no era rigurosamente cierto. No son las campanas de la iglesia las que me entristecen. No piense que deliro, pero las que me desconsuelan son las campanas del alma, o del corazón, no las he localizado, pero las siento en mí misma, no en el aire exterior, fuera de mí.
.
¿No ha recurrido a ningún psicólogo o psiquiatra o psicoanalista o psicotécnico, a cualquier señor que empiece con psico?
Fue la primera vez que la escuché reír con espontaneidad.
.
¿Para qué? ¿Para que me digan lo que ya sé? Le juro por ese Dios padre en que no creo, que no soy una psicópata. Ese prefijo no va conmigo.
.
Después de esos dos encuentros, figuran varios más en mi currículo y en el de ella, pero aquí sólo dejaré constancia del decimoquinto.
.
Pleno invierno, inclemente como pocos. Me desperté con el golpeteo del granizo en el amplio ventanal. Me levanté y me quedé un buen rato contemplando aquel diluvio y compañía.
.
Luego regresé a la cama y estiré un brazo hasta reconocer el lindo pecho izquierdo de mi mujer. Ella abrió los ojos y me dedicó una ráfaga de cariño. Sólo entonces descubrió la tormenta.
.
¡Angélica! dije yo. ¿Verdad que no está mal esta borrasca para celebrar nuestro tercer aniversario?
.
Ella prorrumpió en dos hurras y me miró con una alegría nueva, recién inaugurada.
.
¿No me vas a ofrecer un jerez?
 .
Mario Benedetti | "De jerez a jerez".
.

No hay comentarios.: