miércoles, 11 de octubre de 2017

Algunas palabras llevan los bolsillos llenos de promesas

A los que miden la temperatura de las palabras en un libro que ha llorado toda la noche, a los banqueros filántropos, a los grillos que, aunque afónicos, musicalizan la soledad de los sin techo, a la dependienta que ha descubierto que en los vestidores de una tienda de ultramarinos hay un Aleph o a los pobres sin papeles no les hace ninguna gracia que escriba sobre ellos en este poema, así que a partir de aquí dejémosles cruzar esta página en blanco y hablemos —por ejemplo— de aquellas flores que se han descolgado de la lluvia para llorar sobre tu sonrisa o del por qué el Vaticano posee la cantidad de dinero suficiente para acabar con la pobreza mundial dos veces. No obstante, sin ellos o sin ti en este poema nada es lo que parece. Las palabras llevan los bolsillos llenos de promesas y las promesas a su vez llevan como equipaje de mano las lágrimas que un ángel ha escondido por años bajo tu cama, que quizás en este poema sea equiparable a aquella mesa de disección donde varias chicas juegan al billar con el corazón de un armadillo que creo soy yo. Nada es lo que parece cuando se rompen los vidrios de emergencia de la realidad y caen fulminados dos o tres querubines del baño de visitas del cielo, donde las equivocaciones son el termómetro para medir la soledad de Dios cuando lo despiertan de la siesta los motores de los aviones. Nada es lo que parece, me explico, acabo de ver un taxi conducido por un pulpo en bañador, han derribado un avión civil en Donetsk con una flecha de terciopelo y mi corazón es una moneda rodando muy lejos de mí. Cierto, los pañuelos podrían servir como paracaídas pero también para limpiarnos la soledad cuando se estropea el lavavajillas. Nada es lo que parece cuando te levantas de la cama y en lugar de cien despertadores te encuentras a un bombero llorando después de haber leído el diario del armadillo solitario del que hablábamos hace un rato, dos o tres tías con las que te has liado diciéndote que eres un perdedor y te comparan con la inutilidad de un jabalí para comer sushi con palillos o liar un cigarrillo. Acabemos entonces con este poema, pero antes decidle a un niño palestino que un francotirador le ha disparado una rosa de azúcar, decidle a un erizo que las peluquerías son las parroquias donde el mar suele pasar las mañanas de los domingos; o, mejor, callad como yo, que me he pasado media vida explicándole a un picaflor quién era Chopin, haciendo de la transparencia el único lenguaje posible para no romper a llorar como un ganso egipcio. Nada es lo que parece porque también la noche y el mar tienen sus cronologías y también la soledad, que no es otra cosa que esa llave de niebla que abría tu corazón una y otra vez al acantilado de mi corazón que ahora ya no existe, porque nada es lo que parece desde que estoy colado por ti.
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Nilton Santiago | "Algunas palabras llevan los bolsillos llenos de promesas".
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