miércoles, 27 de diciembre de 2017

El mundo atónito

DESREALIDAD. Sentimiento de ausencia, disminución de realidad experimentado por el sujeto amoroso frente al mundo.
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1. [Sartre; Werther] I. "Espero un llamado telefónico y esta espera me angustia más que de costumbre. Intento hacer algo y no lo logro. Me paseo en mi habitación: todos los objetos —cuya familiaridad habitualmente me reconforta—, los techos grises, los ruidos de la ciudad, todo me parece inerte, aislado, atónito como un astro desierto, como una Naturaleza que el hombre no hubiera jamás habitado."  
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II. "Hojeo el álbum de un pintor que amo; no puedo hacerlo más que con indiferencia. Apruebo esa pintura, pero las imágenes están heladas y eso me aburre."  
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III. "En un restaurante atestado, con amigos, sufro (palabra incomprensible para quien no está enamorado). El sufrimiento me viene del gentío, del ruido, del decorado (kitsch). Una capa de irreal cae sobre mí de los candiles, de los plafones de vidrio."  
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IV. "Estoy solo en un café. Es domingo, a la hora del desayuno. Del otro lado del cristal, sobre un cartel mural, Coluche gesticula y se hace el idiota. Tengo frío." 
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(El mundo está lleno sin mí, como en La náusea; juega a vivir detrás de un vidrio; el mundo está en un acuario; lo veo muy cerca y sin embargo aislado, hecho de otra sustancia; elijo continuamente fuera de mí mismo, sin vértigo, sin neblina, en la precisión, como si estuviera drogado. "¡Oh!, cuando esta magnífica Naturaleza, desplegada ante mí, me parece tan glacial como una miniatura cubierta de barniz…").     
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2. Toda conversación general en la que estoy obligado a asistir (si no a participar) me desuella, me deja aterido. Me parece que el lenguaje de los otros, del que estoy excluido, esos otros lo sobremplean irrisoriamente: afirman, contestan, presumen, alardean. ¿Qué tengo que ver con Portugal, el cariño a los perros o el último Petit Rapporteur? Vivo el mundo —el otro mundo— como una histeria generalizada.
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3. [Pasolini] Para salvarme de la desrealidad —para retrasar su llegada— intento comunicarme con el mundo a través del mal humor. Pronuncio discursos contra cualquier cosa: "Al desembarcar en Roma es toda Italia la que veo deteriorarse bajo mis ojos; ninguna mercancía, detrás de su vitrina, llama la atención; a lo largo de la vía del Condotti, donde compré hace diez años una camisa de seda y finos calcetines de verano, no encuentro más que objetos de Uniprix. En el aeropuerto el taxi me pidió catorce mil liras (en lugar de siete mil) porque era 'Corpus Christi'. Ese país pierde en los dos planos: elimina la diferencia de los gustos pero no la división de las clases, etc.". Basta, por otra parte, que vaya un poco más lejos para que esta agresividad, que me mantenía vivo, comunicado con el mundo, vuelva al abandono: entro en las aguas taciturnas de la desrealidad. "Piazza del Popólo (es feriado), todo el mundo habla, se encuentra en estado de exhibición (¿no es eso el lenguaje: un estado de exhibición?), familias, familias, maschi pavoneándose, muchedumbre triste y agitada, etc.". Estoy de sobra, pero, doble duelo, aquello de lo que soy excluido no me inspira deseos. Todavía esta manera de hablar, mediante un último hilo de lenguaje (el de la buena frase), me retiene al borde de la realidad que se aleja y se hiela poco a poco, como la miniatura vidriada del joven Werther (la Naturaleza, hoy, es la Ciudad).
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4. Sufro la realidad como un sistema de poder. Coluche, el restaurante, el pintor, Roma en día feriado, todos me imponen su sistema de ser; son mal criados. ¿La descortesía no es solamente: una plenitud? El mundo está completo, la plenitud es su sistema, y, como una última ofensa, ese sistema se presenta como una "naturaleza" con la que debo mantener buenas relaciones: para ser "normal" (exento de amor) me sería necesario encontrar divertido a Coluche, bueno el restaurante J., bella la pintura de T. y animada la fiesta del "Corpus Christi": no solamente sufrir el poder sino incluso entrar en simpatía con él: ¿"amar" la realidad? ¡Qué tedio para el enamorado (por la virtud de lo amoroso)! Es Justine en el convento de Sainte-Marie-des-Bois.  
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Mientras percibo al mundo como hostil permanezco ligado a él: no estoy loco. Pero, a veces, agotado el mal humor, no tengo ya ningún lenguaje: el mundo no es "irreal" (podría entonces hablarlo: hay artes de lo irreal, y son las mayores), sino desreal: lo real ha huido de él, a ninguna parte, de modo que ya no tengo ningún sentido (ningún paradigma) a mi disposición; no alcanzo a definir mis relaciones con Coluche, el restaurante, el pintor, la Piazza del Popólo. ¿Qué relación puedo tener con un poder si no soy ni su esclavo, ni su cómplice, ni su testigo?   
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5. [Freud] Desde mi lugar, en el café, del otro lado del vidrio, veo a Coluche que está allí, estereotipado, laboriosamente extravagante. Lo encuentro idiota en segundo grado: idiota por representar al idiota. Mi mirada es implacable, como la de un muerto; no me divierte ningún teatro, así sea risible, no acepto ningún guiño; estoy cerrado a todo "tráfico asociativo": en su cartel, Coluche no me hace participar: mi conciencia está separada en dos por el vidrio del café.         
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6. [Lacan; Verlaine] Tan pronto el mundo es irreal (lo hablo de una manera diferente) como desreal (lo hablo con dificultad).  
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No es (se dice) la misma retirada de la realidad. En el primer caso, el rechazo que opongo a la realidad se pronuncia a través de una fantasía: todo mi entorno cambia de valor con relación a una función que es el Imaginario; el enamorado se separa entonces del mundo, lo irrealiza porque fantasea, por otra parte, las peripecias o las utopías de su amor; se entrega a la Imagen, en relación con lo cual todo "real" lo perturba. En el segundo caso pierdo también lo real, pero ninguna sustitución imaginaria viene a compensar esta pérdida: sentado ante el cartel de Coluche no "sueño" (ni siquiera en el otro); no estoy siquiera ya en lo Imaginario. Todo está coagulado, petrificado, inmutable, es decir insustituible: el Imaginario está (transitoriamente) precluido. En un primer momento estoy neurótico, irrealizo; en el segundo momento estoy loco, desrealizo.      
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(Sin embargo, si llego, por alguna habilidad de escritura, a decir esta muerte, comienzo a revivir; puedo plantear antítesis, liberar exclamaciones, puedo cantar: "¡Era azul el cielo y grande la esperanza!/La esperanza ha huido, vencida, hacia el cielo negro", etc.)    
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7. Lo irreal se dice, abundantemente (mil novelas, mil poemas). Pero lo desreal no se puede decir; porque si lo digo (si lo señalo, incluso con una frase torpe o demasiado literaria), salgo de lo desreal. Heme aquí en la fonda de la estación de Lausana; en la mesa vecina, dos naturales del cantón de Vaud charlan; bruscamente, para mí, caída libre en el agujero de la desrealidad; pero a esta caída, muy rápida, puedo darle su insignia; la  desrealidad, me digo, es esto: "un estereotipo muy espeso dicho por una voz suiza en la fonda de la estación de Lausana". En el lugar de ese agujero acaba de surgir un real muy vivo: el de la Frase (un loco que escribe no es jamás completamente loco; es un falsificador: ningún Elogio de la Locura es posible).
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8. [Lautréamont] A veces, en el instante de un relámpago, me despierto y revierto mi caída. A fuerza de esperar con angustia en la habitación de un gran hotel desconocido, en el extranjero, lejos de todo mi pequeño mundo habitual, de repente brota en mí una frase potente: "Pero ¿qué demonios hago allí?". Es el amor lo que parece entonces desreal
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(¿Dónde están "las cosas"? ¿En el espacio amoroso, o en el espacio mundano? ¿Dónde está "el pueril reverso de las cosas"? ¿Qué es lo pueril? ¿Es "cantar el tedio, los dolores, las tristezas, las melancolías, la muerte, las tinieblas, lo sombrío", etc. —todo eso que, según se dice, hace el enamorado? ¿Es, por el contrario, hablar, parlotear, cotorrear, espulgar al mundo sus violencias, sus conflictos, sus apuestas,  su generalidad —todo eso que hacen los otros?
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Roland Barthes | "El mundo atónito".
[Fragmentos de un discurso amoroso]
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